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La Identidad Integral del Asesor Juvenil

Bookmark and Share  La palabra “asesor” proviene de “sedere ad”, que quiere decir “sentarse junto a” y sugiere la idea de motivar, acompañar, orientar e integrar el aporte y la participación de los jóvenes en la Iglesia y la sociedad y propiciar la acogida de esa acción juvenil en la comunidad.


Identidad y características.

El asesor de Pastoral Juvenil es un cristiano adulto llamado por Dios para ejercer el ministerio de acompañar, en nombre de la Iglesia, los procesos de educación en la fe de los jóvenes.

La ministerialidad de la asesoría se fundamenta en Jesucristo servidor (Mt 20,28), que realiza el proyecto de amor liberador de Dios; en la ministerialidad de la Iglesia, que sirve a la humanidad actualizando la liberación integral realizada en Jesucristo; en el carácter bautismal, por el que todo cristiano participa de la misión ministerial de la Iglesia por obra del Espíritu y en la opción preferencial por los jóvenes asumida por la Iglesia Latinoamericana, como fruto del discernimiento sobre el proyecto de Dios para la juventud del continente.

Los ministerios son servicios que se confieren a determinadas personas para beneficio de la comunidad y para una mejor realización de su misión en el mundo. Por tanto, son mediados y discernidos por la Iglesia. En este caso, los pastores, la comunidad y los mismos jóvenes perciben juntos la necesidad de un acompañamiento real de sus procesos de educación en la fe y reconocen la oportunidad y la validez de un ministerio que lo haga posible.

La asesoría como ministerio de servicio a los jóvenes sólo puede ser ejercida por quien ha hecho una opción personal, ha recibido el envío por parte de la Iglesia y cuenta con la aceptación de los mismos jóvenes. No es un ministerio exclusivo del sacerdote o del religioso. En todos los niveles y experiencias de la Pastoral Juvenil y especialmente en las Pastorales Específicas de Juventud, crece cada día más el reconocimiento de que es también y fundamentalmente un ministerio laical.

No se trata, pues, de un “título”, ni de un “cargo de confianza” de la autoridad, ni de designar a alguien porque “es joven”, porque “le gusta” o simplemente porque hay que cumplir una “función”. Se trata de reconocer un carisma y una vocación especial para ese servicio. El reconocimiento de ese carisma por parte de la comunidad y especialmente de los mismos jóvenes, permite contrarrestar la visión “burocrática” de la asesoría, según la cual bastaría ser designado para ejercer correctamente el servicio, lo cual no es cierto y mucho menos en el mundo juvenil. Por eso, aceptar ese ministerio implica aceptar la necesidad de una capacitación para poder desarrollarlo de acuerdo a las orientaciones de la Iglesia Latinoamericana, en un sano equilibrio entre la participación juvenil y el reconocimiento de la autoridad de los pastores.

La reflexión y la práctica de la Pastoral Juvenil Latinoamericana han ido sistematizando algunas características de la identidad del asesor de pastoral juvenil que se comparten a continuación.

Identidad psicológica.

El asesor es un adulto, es decir, una persona que ha pasado ya la etapa de la juventud y ha vivido un proceso de maduración en el que ha definido su proyecto de vida y ha alcanzado una estabilidad afectiva para optar libremente y para asumir con responsabilidad los desafíos propios de su elección. Esta situación vital lo hace capaz de mirar el camino de los jóvenes desde otra perspectiva y de ofrecerles, al mismo tiempo, la posibilidad de tener un modelo de referencia para discernir sus propios proyectos.

Es una persona abierta, capaz de escuchar y dialogar con los jóvenes y de valorar lo positivo y lo negativo de sus vidas y de sus situaciones. Sabe tener una mirada de conjunto sobre la realidad y no quedarse solamente en los elementos que la componen. No rehúye los compromisos y las dificultades. Es responsable. Toma posición frente a los problemas y conflictos. Conoce el entorno en el que los jóvenes desarrollan sus potencialidades y procura encarnarse lo más posible en su realidad, con clara conciencia de que no se trata de que el asesor llegue a ser “uno más” entre ellos, sino de ser capaz de entender y acompañar desde su visión de adulto el proceso personal y comunitario que están realizando. Guía sus afectos por un auténtico amor de donación, evitando todo paternalismo y promoviendo el crecimiento y maduración de los jóvenes.

Vive con mucha libertad, porque es capaz de la autocrítica y del perdón. Prefiere trabajar en equipo. Tiene pasión por la verdad, lo que le permite reconocer en los jóvenes la misma capacidad de apasionarse por la verdad que él vive. Es capaz de proponer y esperar, porque sabe que acompaña un proceso que no es suyo, sino de los jóvenes. No se preocupa tanto por “hacer” cosas, sino por “ser” amigo y hermano y dar testimonio de una vida alegre y feliz, capaz de entusiasmar a los demás.

La maduración de la persona se va construyendo día a día en un proceso que nunca termina (Mt 5,48). Es consciente, por tanto, que también su proceso de maduración psicológica y de formación humana es constante y permanente. Acepta la compañía de los jóvenes y junto con ellos continúa su camino de realización personal.

Identidad espiritual.

El asesor es una persona de fe. Vive el seguimiento de Jesús en la opción que hace por los jóvenes, en quienes reconoce diariamente el rostro de Dios y la voz profética del Espíritu. Descubre la presencia de Jesús en medio de ellos (Mt 18,20), lo encuentra vivo y presente en los signos de la vida juvenil y lo sigue en el camino (Lc 24,13-35) que ofrece a los jóvenes para llevarlos a su realización y a su plenitud.

Cree en Dios y cree en los jóvenes. Sabe que la grandeza de su vocación está en la elección que Dios le ha hecho para confiarle la juventud, para hacerlo partícipe del amor con que él mismo ama a los jóvenes (SD 118) y para enviarlo a acompañarlos y estar presente en medio de ellos como signo de su amor.

Como cristiano, el asesor es una persona que ha clarificado ya su proyecto de vida, ha hecho su opción vocacional y lucha cada día por vivir con fidelidad los compromisos asumidos. Coherente con su opción, se esfuerza por integrar en su espiritualidad la fe y la vida y por encarnarse en la realidad y en las circunstancias y acontecimientos de la vida de los jóvenes. En su búsqueda de respuesta al proyecto de Dios para la juventud, se encuentra con el joven empobrecido, sufriente y marginado, al que hace objeto especial de su predilección (Mt 25,31-46).

Dedica su atención, su preocupación y su tiempo a aquellos en quienes Dios ha querido poner su mirada cariñosa. Sabe que antes de acompañar al grupo, como cristiano, él mismo es acompañado por Dios y que en realidad es él quien ha tomado la iniciativa de proponer la Civilización del Amor desde la fuerza y la debilidad de la misma juventud. Por eso no se atribuye honores ni éxitos exclusivos: la verdad de su misión lo hace humilde.

Identidad teológico-pastoral.

Hablar de ministerio es hablar de vocación. El asesor es, ante todo, un vocacionado, es decir, una persona llamada por Dios para cumplir una misión en la Iglesia. Como toda vocación, no es un llamado para sí mismo, sino para servicio de los demás. A través del obispo o del párroco que lo designan, el asesor es un enviado de la comunidad para anunciar y testimoniar el amor de Dios en medio de los jóvenes.

Por su propia naturaleza, la asesoría no es un ministerio protagónico, sino de apoyo: exige conocer, respetar, acompañar y promover los procesos de educación en la fe de los jóvenes. Es un servicio de amor que reconoce el valor del aporte juvenil en nombre de la Iglesia.

El asesor es una persona de Dios: una persona de oración y testimonio, que habla desde la profundidad y la experiencia de su vida y no desde la teoría y las cosas aprendidas. Va creciendo, viviendo, madurando con los jóvenes y haciéndose asesor desde dentro del proceso del mismo grupo.

Es una persona que conoce, ama y sirve a la Iglesia. Hace comunidad con los jóvenes y los ayuda a que sientan la Iglesia como una comunidad. Está en comunión con ella, es fiel a sus enseñanzas y reconoce tanto su realidad divina como sus limitaciones humanas. Se preocupa por conocer y seguir las líneas pastorales y las orientaciones de la Iglesia local en la que está trabajando, de la Pastoral Juvenil Nacional y Latinoamericana y especialmente, procura ser fiel a la propuesta de la Civilización del Amor como núcleo central del proyecto que la Iglesia propone a los jóvenes.

Se sabe enviado a todos los jóvenes. Esto lo lleva a superar los límites del pequeño grupo o de los jóvenes que están integrados en los grupos de la Pastoral Juvenil y dirigir su mirada y su atención a todos los jóvenes, especialmente a los más pobres y a quienes nunca han recibido el anuncio de Jesucristo liberador. Lo lleva, también, a no mirar a los jóvenes en su conjunto, sino en la diversidad de situaciones en que viven, sea por las actividades que realizan: campesinos, estudiantes, obreros, universitarios; sea por sus culturas propias: indígenas, afroamericanos; sea por las situaciones que condicionan sus vidas: migrantes, marginados, jóvenes en situaciones críticas...

Identidad pedagógica.

El asesor es un educador. Actúa de acuerdo a la pedagogía de Dios y siguiendo el modelo que utilizó Jesús con sus discípulos. Como Dios con su pueblo, el asesor hace alianza con los jóvenes, escucha sus clamores, camina con ellos, les da su vida y deja que vayan haciendo su camino con libertad. Tiene una propuesta educativa clara y concreta para los jóvenes, que no impone sino que propone y sabe cómo llevarla a la práctica y hacerla realidad.

Educa desde la vida y para la vida. Acompaña los procesos personales y grupales de los jóvenes integrando acción, reflexión, convivencia y oración en una propuesta de cambio que da nuevo sentido a sus vidas. Transmite datos y elementos culturales de interés para la juventud, para su crecimiento y para su protagonismo en el proceso liberador. Aporta principalmente el testimonio de su propia vida y de su compromiso por la transformación de la Iglesia y de la sociedad, en coherencia con el proyecto de Jesús y los signos de los tiempos.

Desarrolla una pedagogía experiencial, participativa y transformadora (SD 119) y una metodología que integra el ver-juzgar-actuar-revisar-celebrar (SD 119). Promueve un trabajo planificado e integrado en la pastoral de conjunto y las demás instancias de coordinación a todos los niveles. Vela por la memoria histórica de los procesos generales y específicos y ayuda a los jóvenes a formular sus proyectos de vida y a descubrir su lugar y sus desafíos en las situaciones que les tocan vivir.

Reconoce el protagonismo de los jóvenes pero expresa, a la vez, la conciencia de que se necesitan vínculos estrechos y eficaces con las comunidades cristianas y en general con el mundo adulto que condiciona a los jóvenes y al que, a su vez, están llamados para ofrecer su aporte vital y creativo.

Tiene claro que su acompañamiento no es pasividad y no-intervención. Sabe bien que la cuestión no es influir o no influir, sino cómo influir y en qué dirección influir. Por eso realiza intervenciones educativas para generar cambios en la vida de los jóvenes y las reafirma con su testimonio de actor social y no sólo de señalador o ideólogo que evade la responsabilidad y el conflicto.

Como educador, se ubica entre los jóvenes como amigo maduro y orientador. Ayuda a formular sus problemas, a objetivar sus intereses y a posibilitar la búsqueda de soluciones; colabora en la sistematización de sus vivencias y en su confrontación con las teorías elaboradas, impulsa la articulación de su unidad de organización y acción y promueve su inserción en el medio y su vinculación con la sociedad más amplia. Individualiza los liderazgos y desarrolla estrategias para la captación de nuevos agentes para servicio del proceso. Hace ver a los jóvenes que su modo de actuar contiene ya, de cierta forma, el resultado que se quiere alcanzar. Para asegurar la continuidad de los procesos iniciados, plantea la necesidad de definir un tiempo estable y prudencial para prestar su servicio.
Identidad social.

El asesor es una persona encarnada en su realidad social y con profundo sentido de pertenencia a ella. Conoce y asume las esperanzas y dolores de su gente y de su pueblo. Siente empatía con esa realidad y especialmente con la de los jóvenes y procura identificarse con la situación concreta de quienes tiene que acompañar. Es capaz de llorar con los que lloran, reír con los que ríen y sufrir con los que sufren.

Procura ser un actor social y no quedar pasivo ante los desafíos de la realidad. Se siente llamado a transformarla denunciando los signos de muerte, anunciando signos de vida y haciendo opciones concretas para que éstos se hagan realidad.

Respetuoso de la pluralidad de criterios e ideologías, está profundamente convencido de la fuerza de los jóvenes para la transformación de la sociedad y la construcción de la Civilización del Amor.

Tomado del libro:
Civilización del Amor, Tarea y Esperanza,
CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO. SECCIÓN DE JUVENTUD - SEJ. Orientaciones para una Pastoral Juvenil Latinoamericana.

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