El seguimiento de Jesús sólo se puede realizar desde la realidad de cada quien. Así lo entiende el asesor, por lo que aún comprendiendo su debilidad es capaz de levantarse y continuar el camino. De hecho, el que descubre el sentido de la conversión en su vida, entiende su debilidad y la del otro, por lo que con corazón misericordioso tiende la mano al compañero caído en un gesto de solidaridad de pecadores que desean cambiar sus vidas.
Al hablar de conversión se corre el riesgo de dejarla como algo abstracto, o una serie de acciones externas que se realizan. La verdadera conversión va más allá. Tiene un momento clave que inicia el proceso de cambio desde lo más íntimo del ser. Alaiz (1993, 72) explica claramente en qué consiste la conversión:
“La conversión radical es enamorarse, comprometerse de por vida, llegar a no entender la vida sin el otro. La conversión continua es hacer realidad, en la cotidianidad, en la convivencia ese compromiso matrimonial, hacer veraz ese amor en todos los niveles y estratos de la persona y en todas las circunstancias de la vida. La conversión continua es la fidelidad a un proceso de amor que se desencadenó con una experiencia decisiva, bien sea de fogonazo (en apariencia al menos), bien sea de un lento amanecer. Es ir concretando en la opción de cada día, en los conflictos de valores, la opción fundamental que se hizo previamente. Es el esfuerzo por hacer que esa decisión tomada desde la conciencia vaya empapando todos los estratos de la personalidad, hasta que se convierta en una pasión que hace vibrar todo el ser.”
Como es observa, la conversión viene a realizarse paulatinamente desde ese momento en el cual se constata la necesidad de cambiar y volver a la opción primera. Así, en un proceso de formación de asesores se debe verificar y/o favorecer que el participante redescubra los valores cristianos y vuelva la mirada hacia ellos.
Para propiciar este proceso, existen una serie de recursos presentados por Pulido, Pérez Godoy y Martín (1991) que han sido agrupados en tres puntos:
Recursos personales: la conversión opera de modo distinto en cada persona, sin embargo, existe un denominador común que es la tensión interior entre la gracia y el pecado desde su historia concreta. Para acompañar adecuadamente a los asesores en su formación, se debe partir de la conciencia de pecado y de la paz brindada por la misericordia de Dios.
Relaciones con los demás: al confrontarse el individuo con los demás en sus relaciones personales, se descubren virtudes, defectos y actitudes que colaboran o dañan la comunidad. La conversión se realiza en comunión con otros, haciendo de ella un proceso comunitario.
Acontecimientos: ver los acontecimientos de la vida diaria con la mirada de la conversión, lleva a un cuestionamiento continuo de la persona como creyente y la coherencia con que expresa su fe en la vida.
Al hablar de conversión se corre el riesgo de dejarla como algo abstracto, o una serie de acciones externas que se realizan. La verdadera conversión va más allá. Tiene un momento clave que inicia el proceso de cambio desde lo más íntimo del ser. Alaiz (1993, 72) explica claramente en qué consiste la conversión:
“La conversión radical es enamorarse, comprometerse de por vida, llegar a no entender la vida sin el otro. La conversión continua es hacer realidad, en la cotidianidad, en la convivencia ese compromiso matrimonial, hacer veraz ese amor en todos los niveles y estratos de la persona y en todas las circunstancias de la vida. La conversión continua es la fidelidad a un proceso de amor que se desencadenó con una experiencia decisiva, bien sea de fogonazo (en apariencia al menos), bien sea de un lento amanecer. Es ir concretando en la opción de cada día, en los conflictos de valores, la opción fundamental que se hizo previamente. Es el esfuerzo por hacer que esa decisión tomada desde la conciencia vaya empapando todos los estratos de la personalidad, hasta que se convierta en una pasión que hace vibrar todo el ser.”
Como es observa, la conversión viene a realizarse paulatinamente desde ese momento en el cual se constata la necesidad de cambiar y volver a la opción primera. Así, en un proceso de formación de asesores se debe verificar y/o favorecer que el participante redescubra los valores cristianos y vuelva la mirada hacia ellos.
Para propiciar este proceso, existen una serie de recursos presentados por Pulido, Pérez Godoy y Martín (1991) que han sido agrupados en tres puntos:
Recursos personales: la conversión opera de modo distinto en cada persona, sin embargo, existe un denominador común que es la tensión interior entre la gracia y el pecado desde su historia concreta. Para acompañar adecuadamente a los asesores en su formación, se debe partir de la conciencia de pecado y de la paz brindada por la misericordia de Dios.
Relaciones con los demás: al confrontarse el individuo con los demás en sus relaciones personales, se descubren virtudes, defectos y actitudes que colaboran o dañan la comunidad. La conversión se realiza en comunión con otros, haciendo de ella un proceso comunitario.
Acontecimientos: ver los acontecimientos de la vida diaria con la mirada de la conversión, lleva a un cuestionamiento continuo de la persona como creyente y la coherencia con que expresa su fe en la vida.