Ser asesor del grupo no es una tarea de unas cuantas horas a la semana, sino que es una actitud frente a la vida y los jóvenes. No se es asesor nada más de aquellos que pertenecen al grupo juvenil con el que se tiene contacto, sino de todos los jóvenes que se encuentran por el camino.
Así, la vocación del asesor de pastoral juvenil es también una vocación a ser educador en la fe. Este educador se preocupa por el proceso formativo que sigue cada uno de los jóvenes. Por lo tanto, es una persona que se ha preparado profesionalmente para realizar su tarea, buscando siempre nuevos métodos para lograr su misión.
Es un educador cercano, que con el contacto diario entusiasma y forma, a la vez que se deja formar por el grupo. Su modelo a seguir es el Maestro, Jesucristo, cuya pedagogía estudia y aplica.
Un asesor que no eduque en la fe será como una gran campana que no puede producir sonidos. El asesor es más que una figura decorativa o autoritaria dentro del grupo, es aquél que se preocupa por la construcción de propuestas formativas en el grupo, por orientar los procesos y señalar el camino que se ha recorrido.
No es un profesor que dicta clases magistrales, es un maestro que siempre tiene la palabra en la boca para aprender de los hechos de la vida diaria. El asesor de pastoral juvenil se preocupa por conocer bien a los jóvenes de su grupo y favorecer una comunicación cercana que toque todo el ser, tanto de los jóvenes como de sí mismo, llegando a niveles de afecto que ayudan a hacer efectiva la experiencia de encuentro.
Sánchez, Vicente, Segovia y Alonso (1991, 97) han propuesto algunos rasgos deseables en el educador:
Equilibrio personal y conocimiento profundo de sí.
Transparencia y autenticidad.
Seguridad en sí mismo. Firmeza. Personalidad no dependiente.
Optimismo, alta resistencia al desánimo y a la frustración. Paciencia histórica.
Creatividad y flexibilidad, capacidad de adaptación.
Conciencia del papel educativo que va a desempeñar.
Honestidad personal.
Disponibilidad para trabajar en equipo.
Intuición, tacto y discreción.
Capacidad de análisis y objetividad.
Como se ve, es un gran reto formar asesores que muestren estas cualidades, sobre todo cuando se habla de procesos no formales de educación en la fe, en los cuales la creatividad juega un papel muy importante, así como la fidelidad a los contenidos doctrinales presentados por la Iglesia.
Así, la vocación del asesor de pastoral juvenil es también una vocación a ser educador en la fe. Este educador se preocupa por el proceso formativo que sigue cada uno de los jóvenes. Por lo tanto, es una persona que se ha preparado profesionalmente para realizar su tarea, buscando siempre nuevos métodos para lograr su misión.
Es un educador cercano, que con el contacto diario entusiasma y forma, a la vez que se deja formar por el grupo. Su modelo a seguir es el Maestro, Jesucristo, cuya pedagogía estudia y aplica.
Un asesor que no eduque en la fe será como una gran campana que no puede producir sonidos. El asesor es más que una figura decorativa o autoritaria dentro del grupo, es aquél que se preocupa por la construcción de propuestas formativas en el grupo, por orientar los procesos y señalar el camino que se ha recorrido.
No es un profesor que dicta clases magistrales, es un maestro que siempre tiene la palabra en la boca para aprender de los hechos de la vida diaria. El asesor de pastoral juvenil se preocupa por conocer bien a los jóvenes de su grupo y favorecer una comunicación cercana que toque todo el ser, tanto de los jóvenes como de sí mismo, llegando a niveles de afecto que ayudan a hacer efectiva la experiencia de encuentro.
Sánchez, Vicente, Segovia y Alonso (1991, 97) han propuesto algunos rasgos deseables en el educador:
Equilibrio personal y conocimiento profundo de sí.
Transparencia y autenticidad.
Seguridad en sí mismo. Firmeza. Personalidad no dependiente.
Optimismo, alta resistencia al desánimo y a la frustración. Paciencia histórica.
Creatividad y flexibilidad, capacidad de adaptación.
Conciencia del papel educativo que va a desempeñar.
Honestidad personal.
Disponibilidad para trabajar en equipo.
Intuición, tacto y discreción.
Capacidad de análisis y objetividad.
Como se ve, es un gran reto formar asesores que muestren estas cualidades, sobre todo cuando se habla de procesos no formales de educación en la fe, en los cuales la creatividad juega un papel muy importante, así como la fidelidad a los contenidos doctrinales presentados por la Iglesia.