No es éste el lugar para hacer un tratado de espiritualidad, sin embargo, es necesario hacer una breve referencia al término puesto que esta característica es esencial para el perfil del asesor de pastoral juvenil.
Al hablar de espiritualidad se encuentra la dificultad de la cantidad de conceptos de la misma que se posee actualmente. Seguramente, al escuchar el término, el primer pensamiento que surge es “la idea de un jardín inútil o de un peligroso refinamiento aristocrático”, como escribe S. de Fiore (1991, 618), y la imagen que se forma es la del ermitaño o el monje dedicado a la oración contemplativa, o aquél que siempre está en las nubes.
La espiritualidad de la que se prefiere hablar hoy en día, y sobre todo en América Latina, es una espiritualidad encarnada en la realidad. Por esto, el asesor necesita desarrollar la habilidad para dar sentido a la vida del joven, y a la propia vida, desde una mística de ojos abiertos (Quinzá, 2000) que facilite ver el rastro de Dios por el mundo.
Pero aún sigue en pie el interrogante sobre qué es la espiritualidad. Para responder se acudirá a la definición brindada por Segundo Galilea (1982, 16):
podemos identificar la espiritualidad cristiana como el proceso de seguimiento de Cristo, bajo el impulso del Espíritu y bajo la guía de la Iglesia. Este proceso es pascual: lleva progresivamente a la identificación con Jesucristo, que en el cristiano se da en forma de muerte al pecado y al egoísmo para vivir para Dios y los demás.
Un símil que ayuda a comprender qué es la espiritualidad se encuentra en la siguiente frase: “La espiritualidad no es una ciencia o una praxis más en la Iglesia. Es la «savia» de la pastoral, de la teología y de la comunidad cualquiera sea su «modelo»” (Galilea, 1982, 16). En otras palabras, la espiritualidad es la base de toda la vida cristiana, es el por qué el cristiano hace las cosas. Así surgen algunos elementos que deben contenerse en la espiritualidad, como lo son la renovación continua, la mística, la práctica, la actitud de vida, el ejercicio de la fe.
Esto remite a voltear la mirada hacia la experiencia espiritual cristiana. El ser humano posee un vacío interior que continuamente le hace buscar lo trascendente. Para el cristiano, esa búsqueda encuentra eco en la fe y las convicciones religiosas que han fundamentado una serie de valores para enfrentar con confianza en Dios los momentos decisivos de la vida.
El asesor comprende que en sí mismo se va conformando la espiritualidad mediante una evolución progresiva en el proceso de la fe, la cual debe presentar un camino para la santidad personal y comunitaria (Buvinic, 1994). Desde allí, se sabe una persona espiritual que ha tomado “en serio la vida y lucha por ella” (Castillo, 2000, 14), ocupándose de aquellos que necesitan de su apoyo para lograr la vida en abundancia.
Al hablar de espiritualidad se encuentra la dificultad de la cantidad de conceptos de la misma que se posee actualmente. Seguramente, al escuchar el término, el primer pensamiento que surge es “la idea de un jardín inútil o de un peligroso refinamiento aristocrático”, como escribe S. de Fiore (1991, 618), y la imagen que se forma es la del ermitaño o el monje dedicado a la oración contemplativa, o aquél que siempre está en las nubes.
La espiritualidad de la que se prefiere hablar hoy en día, y sobre todo en América Latina, es una espiritualidad encarnada en la realidad. Por esto, el asesor necesita desarrollar la habilidad para dar sentido a la vida del joven, y a la propia vida, desde una mística de ojos abiertos (Quinzá, 2000) que facilite ver el rastro de Dios por el mundo.
Pero aún sigue en pie el interrogante sobre qué es la espiritualidad. Para responder se acudirá a la definición brindada por Segundo Galilea (1982, 16):
podemos identificar la espiritualidad cristiana como el proceso de seguimiento de Cristo, bajo el impulso del Espíritu y bajo la guía de la Iglesia. Este proceso es pascual: lleva progresivamente a la identificación con Jesucristo, que en el cristiano se da en forma de muerte al pecado y al egoísmo para vivir para Dios y los demás.
Un símil que ayuda a comprender qué es la espiritualidad se encuentra en la siguiente frase: “La espiritualidad no es una ciencia o una praxis más en la Iglesia. Es la «savia» de la pastoral, de la teología y de la comunidad cualquiera sea su «modelo»” (Galilea, 1982, 16). En otras palabras, la espiritualidad es la base de toda la vida cristiana, es el por qué el cristiano hace las cosas. Así surgen algunos elementos que deben contenerse en la espiritualidad, como lo son la renovación continua, la mística, la práctica, la actitud de vida, el ejercicio de la fe.
Esto remite a voltear la mirada hacia la experiencia espiritual cristiana. El ser humano posee un vacío interior que continuamente le hace buscar lo trascendente. Para el cristiano, esa búsqueda encuentra eco en la fe y las convicciones religiosas que han fundamentado una serie de valores para enfrentar con confianza en Dios los momentos decisivos de la vida.
El asesor comprende que en sí mismo se va conformando la espiritualidad mediante una evolución progresiva en el proceso de la fe, la cual debe presentar un camino para la santidad personal y comunitaria (Buvinic, 1994). Desde allí, se sabe una persona espiritual que ha tomado “en serio la vida y lucha por ella” (Castillo, 2000, 14), ocupándose de aquellos que necesitan de su apoyo para lograr la vida en abundancia.