La experiencia repetida en muchas partes es que en las ciudades como Caracas, a grandes esfuerzos de convocatorias se ven pocos resultados. Los jóvenes que quedan encargados de la formación de los grupos juveniles se desaniman ante los resultados y abandonan la tarea.
La conclusión a la que el grupo llegó en la discusión, así como en la elaboración de sus proyectos, fue que en la formación de los grupos juveniles debe estar presente un asesor adulto, con las propuestas a presentar a los jóvenes elaboradas entre él, el asesor joven y el animador del grupo si es el caso. El adulto ayudará a buscar nuevas alternativas, animará desde la fe en los momentos iniciales de dificultad y es a la vez una garantía de presencia responsable en el grupo. Un grupo juvenil no es sólo cosa de muchachos, sino una responsabilidad de toda la Iglesia que desea responder a la necesidad de los jóvenes. Por eso, el “viejito” (como muchas veces llaman los jóvenes al asesor adulto) es responsable directo de la formación del grupo.